jueves, 27 de agosto de 2015

Oliverio Girondo - Lo que esperamos (1942)

Tardará, tardará.

Yo sé que todavía
los émbolos,
la usura,
el sudor,
las bobinas,
seguirán produciendo,
al por mayor,
en serie,
iniquidad,
rencor,
ayuno,
desesperanza,
para que las lombrices con huecos portasenos,
las vacas de embajada,
los viejos paquidermos de esfínteres crinudos,
se sacien de adulterio,
de hastío,
de diamantes,
de caviar,
de remedios.

Yo sé que todavía pasarán muchos años,
antes de que estos crustáceos
del asfalto y la mugre,
se limpien la cabeza,
se alejen de la envidia,
no idolatren la seña,
no adoren la impostura,
y abandonen su costra,
de opresión,
de ceguera,
de mezquindad,
de bosta.

Pero quizás algún día,
antes de que la tierra se canse de atraernos,
y de brindarnos su seno,
el cerebro les sirva para sentirse humanos,
ser hombres,
ser mujeres,
- no cajas de caudales,
ni perchas desoladas -,
someter a las ruedas,
impedir que nos maten,
comprobar que la vida se arranca y despedaza,
los chalecos de fuerza de todos los sistemas,
y descubrir, de nuevo, que todos los tesoros se hayan en nosotros,
y no bajo la tierra.

Entonces... ¡ah, ese día!
abriremos los brazos sin temor a que el instinto nos muerda los garrones,
ni recelar de todo,
hasta de nuestra sombra;
y seremos capaces de acercaremos al pasto,
a la noche,
a los ríos,
sin rubor,
mansamente,
con las pupilas claras,
con las manos tranquilas;
y usaremos palabras sustanciosas,
auténticas;
no como esos vocablos erizados de inquina,
que babean las hienas al instarnos al odio,
ni aquellos que se asfixian en estrofas de almíbar,
y fustigada clara de huevo corrompido,
sino palabras simples,
de arroyo,
de raíces,
que en vez de separarnos,
nos acerquen un poco;
o mejor todavía,
guardaremos silencio,
para tomarle el pulso a todo lo que existe,
y vivir el milagro de cuanto nos rodea,
mientras alguien nos diga,
con una voz de roble,
lo que desde hace siglos,
esperamos en vano.